viernes, 6 de noviembre de 2009

Ana de Once: una parte de la historia de la revolución socialista

Hace unas horas acaba de fallecer, a los 60 años, nuestra querida compañera Silvia Mónica Lewin, más conocida como Ana de Once. Víctima de una cruel enfermedad que enfrentó a lo largo de quince años y contra la que luchó con todo denuedo y valentía. Una compañera de gran personalidad, que siempre ejerció, naturalmente, roles de liderazgo en el medio que se movía.



En su adolescencia fue una estudiante ‘rebelde’. Se ‘aburría’ en el Colegio y organizaba bromas contra los profesores y los contenidos obsoletos de la enseñanza. Su vida dio un giro cuando al calor del período del Cordobazo se integró a Política Obrera, desde la militancia universitaria. Estudiante avanzada de Matemáticas en la Facultad de Ciencias Exactas, ingresó al PO con un grupo de militantes provenientes del Faudi (agrupación estudiantil del PCR).



Abrazó con inteligencia y fuerza las ideas del trotskismo. Y nunca más paró. Del movimiento estudiantil pasó al movimiento obrero, en la zona sur del Gran Buenos Aires. Ayudó a formar los primeros núcleos docentes del Partido, en la defensa de los sindicatos independientes, contra la regimentación y burocratización de las organizaciones sindicales docentes.



Trabajó como empleada en la gran fábrica del vestido Sasoon, en Capital, donde rápidamente se destacó como organizadora, junto a otros militantes, de un importante sector de la vanguardia obrera. Con ellos desarrolló una gran – histórica– huelga en 1973, enfrentando ya el accionar reaccionario del peronismo con la vuelta definitiva de Perón, que se dedicó a perseguir a los sectores clasistas y combativos del movimiento obrero. Echada, entró a trabajar en la gran planta de Bagley (alimentación), en Constitución. Y, finalmente, en la fábrica textil Selsa, en el barrio de Patricios. Allí la sorprendió el golpe de 1976. Siguió su trabajo político-sindical clandestinamente. Cuando en septiembre de 1977, Gustavo Grassi, un compañero de PO que trabajaba en la misma fábrica fue secuestrado en la calle (junto a nuestro querido camarada Fernando Sánchez), la dirección del Partido decidió que no se presentara a trabajar, para que ella no fuera secuestrada. Pasó a la clandestinidad absoluta. Fue una de las compañeras que armó el aparato de organización del Comité Capital, bajo la dictadura militar. Integró innumerables direcciones partidarias (del Comité Capital, del Comité Nacional, de la Comisión de Organización, etc.).



En la clandestinidad, para mantener materialmente a su familia, comenzó a trabajar, a través de terceras personas, en empresas de publicidad. Luego se integró al activismo del Sindicato de la Publicidad, donde fue electa por sus compañeras delegada en varias oportunidades y delegada paritaria nacional por una Asamblea General.



En donde intervenía se destacaba: en los Encuentros Nacional de la Mujer (a los últimos ya no pudo ir), en el trabajo sobre el gremio telefónico, en el trabajo sobre los frentes hospitalarios de la Capital, etc. Donde más resaltó fue cuando puso en pie el famoso local de Once, el más obrero de toda la Capital, y cuando organizó la Agrupación Sindical Independiente de la Sanidad (ASIS), la agrupación clasista del PO. Así intervino sobre el Hospital Francés, el Centro Gallego y otros numerosos hospitales y laboratorios de este gremio. Era respetada por las otras corrientes de oposición (e incluso por la burocracia del gremio). Hace unos años, cuando salió de una de sus internaciones y fue con bastón a la puerta del Sanatorio Mitre, que estaba en lucha, fue recibida con un aplauso por todo el activismo de diversas corrientes, incluso adversarias. Es que todos reconocían su carácter fuerte y frontal (no bruto, ni tampoco calculador, sino auténtico y leal). Su palabra era sinónimo de verdad en los frentes que militó. Volvió a su casa turbada por ese homenaje: no entendía lo que para ella era una realidad cotidiana. El ‘argentinazo’ la encontró al frente de la Asamblea Popular de San Cristóbal, de la cual fue elegida delegada para los plenarios interasamblea.



Defendía causas ‘perdidas’ –si las consideraba justas– contra la ‘corriente’. Era incondicional y ultragenerosa con sus compañeros y con su Partido, al que defendió con uñas y dientes. Estuvo en todos los congresos del PO, en dos de ellos (el XVI y el XVIII) como invitada, porque la enfermedad la había alejado circunstancialmente. De una integridad pocas veces vista, tanto como militante, como compañera, como madre; no pudo desplegar por completo sus dotes de abuela porque ya estaba fuertemente enferma (en un supremo esfuerzo se levantó de la cama para ir a la maternidad a conocer a su última nieta –Ana– en septiembre último). De una exquisita cultura, amante de la poesía (su memoria tenía presentes decenas y decenas de poemas) y del teatro. Su conocimiento del francés y del inglés la relacionó con la problemática de la IV, en los congresos internacionales en los que pudo participar.



Escribir su biografía ayudaría a que las nuevas generaciones reconocieran una época y una experiencia fundamental para los revolucionarios argentinos. Su ausencia de la actividad sistemática en los últimos dos años, seguramente hizo que muchos nuevos compañeros no llegaran a conocerla. Pero los que la conocieron –en la Clínica era un sinfín de compañeros que pasaban a visitarla, a darle fuerzas– saben que era una de las águilas de la revolución.



Irremplazable. Las nuevas generaciones militantes del Partido, han profundizado el camino que ella ayudó a abrir.




Rafael Santos 28/10/09

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